A pesar de todo... Sí a la Vida

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Te ofrecemos un ámbito cálido y confiable para abrir el corazón,

donde la sinceridad se convierte en actitud esencial.

Un espacio dónde con esfuerzo y paciencia podremos llegar a la aceptación, a reconstruír el vínculo con ese hijo que hoy se constituye como presencia distinta.

Con la esperanza de lograr una vida digna.



viernes, 19 de noviembre de 2010

VIVENCIAS PERTURBADORAS EN EL PROCESO DE ELABORACIÓN DEL DUELO

´POR CARLOS J. BIANCHI

El ciclo biológico natural se invierte ante la pérdida de un hijo. Naturalmente ningún padre cuenta con la resignación necesaria para aceptar este hecho, como sí en cambio, estamos preparados para despedir a nuestros mayores. Muchos de nosotros hemos llegado al duelo sin una experiencia previa, y sin habernos detenido demasiado en considerar nuestra propia muerte y la de nuestros seres queridos como una parte constitutiva de la vida o como una transición hacia otra etapa de la existencia. También me pregunto y les pregunto cuál era el sentido que entonces le atribuíamos a palabras como "espiritualidad", "transcendencia", "crisis vital", "sentido de vida" y tantas otras para las que recién hoy, a través de nuestro dolor, tenemos respuestas vivenciales. En este estado de indefensión nos sorprende la muerte de un hijo; no es extraño entonces, el profundo dolor y el desconcierto inicial, la sensación de despojo, de injusticia, la búsqueda de explicaciones y el paso vacilante con que iniciamos, casi a tientas, el camino del duelo. Es mi interés puntualizar aquí algunos de los obstáculos y dificultades que suelen presentarse en este doloroso camino. La mayoría de los presentes han escuchado, al igual que yo, innumerables testimonios en los que algunos padres con duelos recientes se encuentran con mayor paz interior que otros padres con pérdidas lejanas. La primera conclusión es que el tiempo no obra milagros, como dice Earl Grollman, el tiempo es neutral, mucho dependerá de lo que nosotros hagamos a través de ese tiempo. Ser entonces nuestra tarea en Renacer ayudarnos a reflexionar sobre las vivencias negativas que surjan entorpeciendo la búsqueda de un nuevo sentido a nuestras vidas.


1) La culpa

Con frecuencia aparece la culpa en los momentos iniciales del duelo, emparentada más con la fantasía que con hechos reales. La culpa por lo que hicimos o dejamos de hacer, nos detiene en el vano intento de modificar los hechos que ya fueron, como si pudiésemos aún poner en lugar de la muerte, la vida ; en lugar de lo que fue, lo que podría haber sido. O aparece ella, la culpa, como una propuesta de autocastigo que no otorga beneficio alguno. Sentirse culpable es atribuirse a sí mismo una desmesurada importancia, es partir de una reflexión omnipotente, arrogante, es decirse a uno mismo: ¿Cómo yo que pude ser perfecto no lo fui con ese hijo mío?, ¿Cómo es que hice o dejé de hacer tal o cual cosa?. Creo que sólo partiendo de esta irrealidad llegamos a la culpa. Partiendo en cambio de la aceptación nuestras limitaciones, de nuestra humanidad falible, del humilde reconocimiento de nuestras equivocaciones, ( que forman parte del permanente aprendizaje al que nos enfrenta la vida) y reflexionando nuestros vínculos a la luz de esta realidad, iremos mitigando la culpa; no así a la responsabilidad que cabe a nuestras determinaciones, pero este es otro tema que puede ser tratado con la indulgencia que la culpa no otorga. Al respecto vale la pena reflexionar sobre la frase de Jaime Barilko: "La única culpa que debieran tener los padres es la de sentirse culpables", de eso sí tenemos la culpa.

2) El resentimiento

Otras veces el obstáculo es el resentimiento, que sería la culpa puesta fuera de nosotros, en el resentimiento los culpables son otros ; nos enojamos entonces con Dios o con los hombres, nos llenamos de rabia, de rencor, consumimos buena parte de nuestra energía para estar siempre en el mismo lugar, rumiando nuestra impotencia, fantaseando represalias. Al respecto sé de muchos padres que han superado esta dificultad en función de su profunda fe, son aquellos padres que aceptan la voluntad de su Dios aunque esta voluntad no coincida con sus propios deseos. También logran superarlo aquellos que creen en la existencia de un destino, donde víctimas y victimarios son actores de una escena prefijada, de las tantas que tejen y destejen nuestra vida y que concluye fatalmente con la muerte de un ser querido. En ambos casos, o por ambos caminos, el resentimiento, felizmente, no tiene cabida, no tiñe nuestro dolor.

3) La idealización

Comúnmente es la idealización de quien partió la que se hace presente en los testimonios haciendo insoportable la idea de la pérdida. Ardua tarea la de persuadir a un padre doliente de la irrealidad y de los riesgos que entraña esta vivencia, que emana de nosotros mismos y se manifiesta frecuentemente con aquellos que hoy no están. Ardua pero necesaria tarea la de ayudar a estos padres a no enterrar el sentido de sus vidas junto a sus muertos, a no desatender los vínculos afectivos con los vivos por no sentir a estos últimos idealizados. No esperemos que la muerte idealice nuestras relaciones, demos en vida y sin postergaciones, todo el amor que seamos capaces de dar a nuestra gente. La vida es una sucesión de amores y de errores, involuntarios muchos de estos últimos pero formando parte de nuestra imperfección. Desde esta óptica será posible aceptar la inexistencia de las relaciones ideales. No necesitó, ni pudo, ser ideal la relación con un hijo ausente, para que su muerte nos sumiera en el más profundo dolor.

4)El sentirse víctima.

También sabemos de compañeros que reiteran con insistencia el mismo relato sufriente, que nos hablan de sus pocas ganas de vivir, que centran la pérdida en ellos mismos asumiendo el protagonismo del duelo, desatendiendo los vínculos afectivos que aún le quedan. Detenidos en su rol de víctima viven emparentados con el sufrimiento, buscando la conmiseración de los demás. Presentan dificultades para integrarse y a menudo suele ser esto motivo de deserción en su participación grupal. No es necesario apelar al dramatismo para expresar nuestro dolor, no precisamos convencer a nadie de cuanto nos duele la muerte, no es imprescindible el consenso de los demás ni recibiremos nada a cambio que pueda mitigar nuestro doloroso sentir. Seamos pacientes y solícitos con estos padres que presentan su testimonio como una situación sin salida, tratemos de integrarlos prontamente a alguna función dentro del grupo, el asumir pequeñas tareas, el sentirse útiles a otros padres con su mismo dolor, los ayudará a darse cuenta que es el dar y el recibir el camino más corto para reconciliarse con la vida.

5) La negación

Como contracara de lo anterior se presenta la negación de la pérdida; mucho menos frecuente la negación es un vano intento por evitar el sufrimiento. Veo dos formas de negación: una es el conservar todo como estaba a través del tiempo, me refiero a la ropa, los objetos, la habitación y todo aquello que pertenecía a quien ya no está , generando la ilusión de que nada ha cambiado y evitando de este modo el punto de partida de todo duelo que es la aceptación de la dolorosa realidad; la otra forma de negación se presenta como una sensación de bienestar que sigue a la pérdida, efímero y dudoso bienestar que sólo es una postergación del inicio del duelo.

6) El sentimiento de fidelidad

Otro escollo es el sentimiento de fidelidad al hijo perdido que hará que disminuyan o se anulen las gratificaciones habituales en la pareja de padres ahondando aún más la tristeza y el dolor. El suprimir las relaciones sociales, los esparcimientos, la vida amorosa, el evitar reuniones y celebraciones familiares a lo largo del tiempo, constituye una ofrenda innecesaria a los hijos que partieron y una muestra de desamor hacia los seres queridos que han quedado, que al igual que nosotros sobreviven con dolor al que se ha ido.

7) Vivencia frente a la muerte física

En otros casos encontramos la mayor desazón en aquellos padres que consideran a la muerte física como el final de toda existencia ; ya que se desvanece de ese modo la idea de que nuestros hijos puedan perdurar en alguna dimensión distinta a la de la vida terrena, y con ello se aleja también la esperanza de un futuro reencuentro. Esta dificultad es por fortuna poco frecuente, ya que desde la fe, desde distintas religiones y creencias e incluso desde diversas investigaciones científicas (Raymond Moody, E. Kubler Ross, para citar alguna de las contribuciones más importantes), se avala la posibilidad de una existencia más allá de la muerte, o má s allá de la vida. Nuestros grupos son también un campo propicio y convincente ya que los relatos de muchos compañeros, a través de sus sueños, de sus vivencias, y de múltiples episodios casuales entre comillas, abundan en testimonios que revelan algún tipo de comunicación con los hijos que hoy no están.

8) Los miedos

Tal vez hallamos vivido un tanto desaprensivamente antes de la pérdida. La convicción de que los hechos dolorosos sólo le ocurren a los demás, es frecuente, pero el destino se encargó de demostrarnos el error de esa convicción. Entonces todos los miedos y todas la aprehensiones surgen a la vez en el intento de evitar futuras desgracias; y se transforman en consejos, reconvenciones, controles, prohibiciones o sobreprotección, generando una gran cuota de angustia. Esto nos paraliza y paraliza también a los seres que amamos; en primer lugar a los hijos vivos que se sienten responsables por nuestras preocupaciones y que para aliviarnos sienten que deben cumplir con nuestras expectativas, limitando así su libre albedrío. Tratemos de cambiar nuestros miedos por los cuidados y la prudencia razonable, tratemos de evitar los pensamientos catastróficos para poder aceptar que es mucho más frecuente volver tarde a casa que no volver. No contaminemos con nuestros miedos a los seres queridos, no limitemos con nuestro egoísmo el derecho que tienen de elegir libremente su vida. Los invito a reflexionar sobre la siguiente frase: "Lo contrario del amor no es el odio, lo contrario del amor es el miedo".

9) Sobre la singularidad del duelo

En cuanto a las características de los duelos, aceptemos que no existen dos duelos iguales, cada cual expresar sus emociones de una manera singular. Dentro del mismo grupo familiar, y con respecto a la misma pérdida, suelen existir notables diferencias en la manifestación de las vivencias. Esto es motivo de silencios, incomunicación y reproches en el ámbito familiar, también de conclusiones equivocadas ya que nos dedicamos a calificar el dolor de los demás observando sus actitudes. Mi sugerencia es aceptar la libertad del otro a hacer su propio duelo, aunque éste no coincida con el nuestro. Ocupémonos en cambio de nuestro propio dolor que con eso lamentablemente tenemos bastante. Al respecto me permito recordarles la oración gestáltica: "yo no estoy en el mundo para cumplir con tus expectativas, ni tú estás en el mundo para cumplir con las mías; si nos encontramos será hermoso, si no, mala suerte". Evitemos también caer en la inocencia de comparar nuestro duelo con otros duelos. Algunos padres afirman que hubieran preferido una muerte distinta para su hijo o circunstancias distintas, creyendo que el cambio podría mitigar su dolor (como si morir de otra manera no fuera morir). Esa otra muerte, esa otra circunstancia tal vez envidiada, están en "Renacer", en el testimonio de otros compañeros que, como nosotros, están, porque los trajo el mismo dolor. Decía González Tuñón, "cada uno lleva su vida y su muerte consigo". El nacer y el morir son experiencias solitarias que ocurren más allá de nuestras posibilidades de elegir. 10) Las imágenes temidas. Es indudable que los momentos finales de la relación, los últimos días, las últimas horas, los instantes en que la muerte se adueña de un ser querido, las lúgubres ceremonias posteriores quedan grabadas en nosotros de una manera patética. A algunos padres estas imágenes los invaden durante mucho tiempo, y suelen reiterar en sus testimonios, con excesiva minuciosidad, estos tristes momentos que toman el carácter de una pesadilla. Todo esto conlleva un alto grado de sufrimiento para ellos, pero también para quienes los escuchan, los que al recibir tanta angustia tratan de preservarse poniendo distancia con este tipo de testimonios, y en algunos compañeros, sobre todo en los recién iniciados, el agobio y el dramatismo de estos relatos motivan su alejamiento de nuestros grupos. Intentar revertir esta situación es imprescindible. Se me ocurre al respecto transmitir a estos padres mi propia experiencia, que seguramente ser compartida por muchos de ustedes: yo he vivido como todos, mis días de pesadilla, durante algún tiempo me desvelaron y ocuparon mis pensamientos y mi sentir. Luego comprendí que mi relación con Martín no estaba expresada en esos últimos días, sino en todos los momentos felices que pudimos compartir (que por suerte fueron muchos). Esos sí son los momentos que extraño, que forman parte de mi nostalgia, son los momentos que quiero recordar y compartir con todos ustedes; en cambio las horas aciagas que siguieron al accidente hoy las evoco sin mayor emoción, francamente no empañan la ternura, el gran amor que conlleva el recuerdo permanente de Martín. Si bien como ya decíamos, el tiempo es neutral, García Márquez agrega, "La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y atesora los buenos, y es gracias a ese artilugio que logramos sobrellevar el pasado".

Quisiera que esta modesta e incompleta reseña de lugares y escenas comunes a todos nosotros sirviera como incentivo a mis compañeros para seguir reflexionando estos temas y así poder elaborar otros trabajos, seguramente más completos que el precedente. Creo que podrían constituir un valioso instrumento al inducirnos a reflexionar sobre propuestas saludables y marcarnos algunos caminos posibles frente a los obstáculos antes mencionados, para poder de este modo seguir adelante en el cotidiano esfuerzo que juntos realizamos. Para que el : "a pesar de todo, sí a la vida" no sea una frase recitada sino una firme convicción en todos nosotros.

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