EL CAMINO CORRECTO, NO EL MÁS FÁCIL
(Por Alicia y Gustavo Berti)
A lo largo de estos años hemos acercado a una nueva propuesta para los grupos de ayuda mutua, un nuevo camino a recorrer por los seres sufrientes; camino que partiendo de la desesperanza de la soledad existencial y un sufrimiento sin sentido aparente, nos conduce a una existencia valiosa, auténtica, que se afirma a sí misma en una lucha laboriosa y honesta, no para no sufrir, no para olvidarnos, sino para reafirmar nuestra decisión de volver a empezar una y cuantas veces sea necesario, pero haciéndolo con la frente alta, mereciendo, como decía Dostoievski, ser dignos de nuestro sufrimiento pues igualmente digno y valioso es el origen de ese sufrir.
Y poco a poco se va haciendo evidente que la propuesta de Renacer, aún como grupo de ayuda mutua, va mucho más allá de un mero confortar a los que sufren, va transformándose en un imperativo ético. En otras palabras, es el camino que lleva al hombre a alcanzar su humanidad. Es el camino final de humanización propuesto anteriormente. Y no puede ser otro que éste el camino que nuestros hijos —los que partieron y los que aún están—, la vida y nosotros mismos merecemos.
Se puede objetar que es un camino difícil y que quizás no todos puedan seguirlo, se nos propondrán alternativas más fáciles y más tentadoras y frente a eso sólo podremos escuchar a nuestra conciencia y la silenciosa voz de nuestros hijos que siempre han de morar en ella, que han de indicarnos el camino correcto, no el más fácil. Por eso Renacer nos pide que asumamos el desafío, que tomemos el camino más valioso, aquel que nos lleva a renunciar a nosotros para pensar en el hermano que sufre. Pero ésta demanda que recae sobre nuestros hombros no queda sin recompensa, puesto que mientras más renunciamos a nosotros, mientras más nos olvidamos de nosotros y nuestras emociones, más cerca estamos de nuestra esencia, de aquello que verdaderamente somos: Seres Humanos, y hemos así recorrido el camino ético que Renacer pretende, el camino que nos lleva a nosotros, los hombres, a vivir moral y éticamente.
Porque, después de todo “No somos lo que recibimos de la vida sino lo que devolvemos a ella Y hemos decidido devolver una obra de amor porque en ella está el recuerdo y la memoria de nuestros hijos, los que partieron y los que aún están”
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donde la sinceridad se convierte en actitud esencial.
Un espacio dónde con esfuerzo y paciencia podremos llegar a la aceptación, a reconstruír el vínculo con ese hijo que hoy se constituye como presencia distinta.
Con la esperanza de lograr una vida digna.
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