Extracto de la carta de Alicia y Gustavo Berti titulada “Renacer no debe terminar siendo un grupo de duelo” del 15 de abril de 2010.
En nuestra cultura es conocido que la muerte cuando llega de visita a un hogar da un nombre a los deudos, así es de uso corriente que de un momento para otro alguien se transforme en una viuda, un viudo, un huérfano, y demás deudos quienes prontamente pasan a estar en duelo, pero hay un caso puntual en el que la muerte no ha sabido aún cómo nombrar a quienes permanecen de este lado de la vida, y ese es el caso cuando muere un hijo. Cuando esto sucede todos se estremecen y recuerdan entonces que la muerte de un hijo no tiene nombre…
En la medida en que aún no existe palabra ni lenguaje que nombre a los padres que pierden hijos, todos los conceptos vertidos hasta ahora sobre el duelo por una muerte que al venir da un nombre a los deudos (viudez, orfandad), carecen de vigencia, carecen de ser cuando se los aplica a los padres que pierden hijos; son, en estos casos, sólo meras apariencias.
A partir de estos conceptos se torna claro el desafío: No existe un “duelo” convencional por la muerte de un hijo, es necesario buscar nuevos caminos, nuevos territorios, pensar lo aún no pensado, osar desafiar los límites, inclusive los del mismo lenguaje, los del propio Dios cuyo nombre, según Foucault, pone un límite intraspasable al lenguaje y con él al propio ser. Una vez más nos encontramos en la búsqueda del ser a partir de la nada (Muerte)
Entre el límite de lo que la palabra significa o puede nombrar y la búsqueda de un lenguaje que nos obliga a descubrir aquello que está más allá de todo límite, entre estas dimensiones transcurre el sufrimiento por la muerte de un hijo.
Y aquí estamos, de nuevo con el duelo. Entonces bien vale detenernos en algunas consideraciones sobre el mismo. Éste es un sentimiento ante pérdidas significativas (el psicoanálisis habla de la pérdida de un objeto libidinal, lo que sea que esto signifique) y entonces estamos frente a un problema: la pérdida de un abuelo genera un duelo, la de un padre otro duelo, la de un hijo otro distinto y ahora vale la pena detenernos nuevamente: ¿qué significa un duelo distinto? Porque es necesario ser honesto y reconocer que una separación genera un duelo, así como lo hace un exilio y para una persona anciana solitaria la muerte de una mascota puede generar un profundo duelo, así como lo hacen la pérdida de una casa en la que hemos vivido muchos años y donde nuestros hijos se han criado.
Sin embargo la muerte de un hijo genera algo enteramente distinto a la muerte de un padre o un abuelo. ¿Estamos hablando entonces de una diferencia cualitativa o cuantitativa? ¿Hablamos de duelos leves, moderados o severos o hablamos de cualidades de respuestas enteramente distintas?
¿La muerte de un hijo debe generar un duelo más intenso o peor o debe generar una respuesta de una cualidad enteramente distinta? ¿Acaso Renacer no fue una respuesta distinta, otra que un duelo, a la muerte de un hijo? ¿O piensan ustedes que Renacer fue creado para ser un grupo de duelo conducido por personas legas, es decir no profesionales? En otras palabras, lo que estamos tratando de decir es que la muerte de un hijo no puede terminar en un mero atravesar un duelo o terminar en un duelo permanente.
Todos los padres decimos que después de la partida de nuestros hijos, la vida cambia para siempre, pero, ¿cuál es este cambio? La creencia generalizada es que ese cambio es para peor, esperándonos una vida de tristeza, Renacer en sus orígenes se afanó siempre en mostrar que la muerte de un hijo es un llamado a una nueva existencia, y vamos más allá, no solo a una mejor existencia, sino a una radicalmente nueva, una que permita transformar una realidad no solo personal sino universal, una realidad que permita transformar una desgracia personal en un triunfo de la humanidad entera, en otras palabras, un acto de grandeza existencial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario